Manuscrito autógrafo titulado "Les Etrennes de la beggar". Slnd (1862-1864)
6 páginas pequeñas en 4°.
Manuscrito muy raro, muy completo con tachaduras, borraduras y numerosas correcciones. "Les Etrennes de la beggar", cuentos de "Contes à Ninon", la primera novela del joven escritor, entonces jefe
del departamento de publicidad de Hachette, publicada en noviembre de 1864.
Desde finales de 1859, Zola probó suerte con los cuentos en forma de cuentos. Las leyes de prensa de febrero de 1852 controlan la libertad de opinión. Los cuentos te permiten expresar tus ideas a
través de la ficción. Zola encuentra allí una forma de expresarse hasta 1880, mientras colabora con los periódicos, lo que deja entrever sus futuros compromisos.
"Los regalos navideños del mendigo" Zola nos cuenta la historia de unos padres indigentes que envían a su hijo a mendigar a los bellos barrios el día de Año Nuevo, como era tradición en aquella
época. En este cuento de título contradictorio, el comprometido escritor denuncia el desamparo social como lo hará a lo largo de su vida.
"La nochevieja del mendigo. El 1 de enero, hay un gran baño en los barrios marginales de París. Los mendigos se visten con sus harapos más finos, se adornan con trapos para ir a presentar los
deseos de la apuesta a los transeúntes y pedir sus regalos de Año Nuevo, con las manos extendidas, rostros preocupados y acariciantes. Ese día se tolera la mendicidad; se le permite practicar a
plena luz del día, sin disfrazarse bajo las mil apariencias de las industrias callejeras. El organista puede dejar allí la pesada caja que ha cargado durante doce largos meses; los mercaderes de
canciones, cordones, fósforos pueden guardar sus mercancías en casa. La vía pública es gratuita; los sargentos de ville vuelven la cabeza; las manos abiertamente extendidas, los que dan y los que
reciben. En una casa alta y oscura del sexto piso, al fondo de una especie de desván, vive toda una familia de indigentes, el padre, la madre y una niña de ocho años. El padre es un anciano alto,
delgado y anguloso, con barba larga y despeinada y pelo blanco sucio. Piensa con un suspiro en los buenos tiempos en que las calles eran de los pobres, y solo ellos se llevaban todo el sol de Dios
y toda la piedad de los hombres. La madre ya no piensa. Parece vivir por costumbre y parece insensible a la alegría que da el calor. El frío y el hambre mataron su razón. La niña es el rayo del
desván oscuro. En esta oscuridad húmeda cuando su cabeza habla pálida y rubia se destaca contra la pared ennegrecida, su sonrisa tiene destellos de sol, sus ojos azules en los que el descuido da
una alegría súbita. Todavía llora sólo porque ve llorar. El 1 de enero, los padres y el niño se levantaron a las cinco. El baño fue largo y laborioso. Entonces el padre y la madre se sentaron,
inmóviles a la espera de la luz del día, mientras la pequeña, más coqueta, trataba en vano durante una larga hora de ocultar un gran agujero que ocupa toda la parte delantera de su falda. El niño
es feliz. Ella recibirá sus regalos. El día anterior, su padre le dijo: "Mañana te pondrás hermoso, y saldremos a las calles a desear salud y riqueza a las personas felices de este mundo. Las
personas alegres son buenas, y querían que pudiéramos solicitar la caridad de las almas tiernas en paz una vez al año. Mañana, bellas señoritas, que tienen muchos amigos, recibirán de regalo
muñecos grandes, canastas de dulces; hemos querido que los niños pobres como tú, que no tienen la amistad de nadie, no se queden con las manos vacías y les hemos dado por amigos a todos los que
pasan, permitiéndoles tender la mano a todos. Los grandes centavos de la limosna serán tus dulces y tus juguetes. La niña está en la calle; camina deprisa, deteniéndose en las encrucijadas, bajo
los pórticos de las iglesias, en los puentes (…). Su padre y su madre la siguen, serios, sin pedir ellos mismos la piedad pública, como si visitaran a la multitud y les presentaran a su hija. El
niño arresta al joven y al viejo; se dirige preferentemente a los que llevan paquetes y sus ojos azules parecen decir "tú que te acabas de gastar un luises para hacer feliz a una de mis hermanas,
no me das un pobre centavo para mis regalos de Navidad". Cómo no escuchar la oración muda de su sonrisa. Las monedas de cobre caen pesadamente en su mano. Recoge sus regalos de Año Nuevo poco a
poco, aquí y allá, y así experimenta hasta el anochecer los placeres ingenuos de este día que parecía no haber amanecido nunca para ella. Por la tarde, los pobres tienen fuego y pan. El niño, contó
sus muchos regalos de Año Nuevo, y por un momento pudo creerse advertido de toda una ciudad. Sí, somos nosotros, los felices, los padrinos, los amigos de los mendigos. Tenemos la tarea de hacerles
olvidar por un día su miseria, de darles nuestra piedad y nuestros consuelos. Créame, el próximo año llene su bolsillo con mucho dinero. Recorre la ciudad y distribuye tus regalos a los
desafortunados. Sólo se os concede un día para saborear esta dicha de la limosna. Volverás lleno de buena apariencia y buenas palabras. Sentirás en ti toda la alegría de estos niños pálidos a los
que habrás hecho sonreír, y, a tu regreso, abrazarás más de cerca a los niños felices que también tiende la mano, pero sin vergüenza y para juguetes que cuestan veinte dólares. cinco francos... ¿La
vida se compone de alegrías y dolores, días soleados y días lluviosos? El centenario era un sabio, y su último pensamiento fue un pensamiento de esperanza. Él no vendrá de nuevo; en el tiempo
oscuro de marzo, en el brillante sol de mayo, para sentarse en el banquillo del Luxemburgo y darme los frutos de su antigua experiencia. Ayer, y por eso hoy les cuento esta historia, leí en los
periódicos estas líneas obligadas: "Nos dicen que acaba de morir un centenario en París. El señor Bxxx falleció a los ciento uno años, en pleno uso de sus facultades"
Manuscrito que aparece en la Pléiade, 1976, Tales and News
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Manuscrit autographe titré « Les Etrennes de la mendiante ». S.l.n.d. (1862-1864)
6 pages petit in-4°.
Fort rare manuscrit bien complet comportant biffures, ratures et de nombreuses corrections. « Les Etrennes de la mendiante », nouvelles issus des « Contes à Ninon », premier roman du jeune
écrivain, alors chef de service de la publicité chez Hachette, paru en novembre 1864.
Dès la fin de l'année 1859, Zola s'essaie au récit court sous forme de contes. Les lois sur la presse de février 1852 contrôlent la liberté d'opinion. Les contes permettent d'exprimer ses idées à
travers la fiction. Zola trouve là une manière de s'exprimer jusqu'en 1880, tout en collaborant avec les journaux, qui laisse entrevoir ses engagements futurs.
« Les Etrennes de la mendiante » Zola nous donne le récit de parents miséreux qui envoient leur enfant mendier dans les beaux quartiers pour le jour de l'an, comme la tradition le voulait à cette
époque. Dans ce conte au titre antinomique, l'écrivain engagé dénonce la détresse sociale comme il le fera tout le long de sa vie.
« Les étrennes de la mendiante. Le 1er janvier, il y a grande toilette dans les bouges de Paris. Les mendiants mettent leurs plus beaux haillons, se parent de loques pour aller présenter aux
passants les souhaits de la mise et demander leurs étrennes, la main tendue, la face inquiète et caressante. Ce jour là, la mendicité est tolérée ; il lui est permis de s'exercer en plein jour,
sans se déguiser sous les mille formes des industries de la rue. Le joueur d'orgue peut laisser là la lourde boite qu'il a portée douze longs mois ; les marchants de chansons, de lacets,
d'allumettes peuvent garder au logis leurs marchandises. La voie publique est libre ; les sergents de ville tournent la tête ; les mains se tendent franchement, celles qui donnent et celles qui
reçoivent. Dans une maison haute et noire au sixième étage, au fond d'une sorte de grenier, vit toute une famille indigente, le père, la mère, et une petite fille de huit ans. Le père est un grand
vieillard, sec et anguleux, la barbe et les cheveux longs et ébouriffés, d'un blanc sale. Il songe en soupirant aux beaux jours d'autrefois lorsque les rues appartenaient aux pauvres, et qu'ils
prenaient à eux seules tout le soleil du bon Dieu et toute la pitié des hommes. La mère ne songe plus. Elle semble vivre par habitude et parait insensible à la joie donnée par la chaleur. Le froid
et la faim ont tué sa raison. La petite fille est le rayon du grenier sombre. Dans cette obscurité humide lorsque sa tête parle pale et blonde se détache sur la muraille noircie, son sourire a des
lueurs de soleil, ses yeux bleus où l'insouciance met de soudaines gaités. Elle ne pleure encore que parce qu'elle voit pleurer. Le 1er janvier, les parents et l'enfant se sont levés à cinq heures.
La toilette a été longue et laborieuse. Puis le père et la mère se sont assis, immobiles attendant le jour, tandis que la petite fille, plus coquette, a cherché vainement pendant une grande heure à
cacher un gros trou qui occupe tout le devant de sa jupe. L'enfant est heureuse. Elle va recevoir ses étrennes. La veille, son père lui a dit : « Demain tu te feras belle, et nous irons dans les
rues souhaiter santé et richesse aux heureux de ce monde. Le gens heureux sont bons, et ils ont voulu qu'une fois dans l'année nous puissions solliciter en paix la charité des âmes tendres. Demain,
de belles petites demoiselles, qui ont beaucoup d'amis recevrons en cadeau de grandes poupées, des corbeilles de bonbons ; on a voulu que les pauvres enfants comme toi, qui n'ont l'amitié de
personne, ne restent cependant les mains vides et ont leur a donné pour amis tous ceux qui passent, en leur permettant de tendre la main a tout le monde. Les gros sous de l'aumône seront tes
dragées et tes jouets. La petite fille est dans la rue ; elle marche gaillardement, s'arrêtant aux carrefours, sous les porches des églises, sur les ponts (…). Son père et sa mère la suivent,
graves, ne sollicitant par eux même la pitié publique, semblant rendre visite à la foule et lui présenter leur fille. L'enfant arrêtent les jeunes et les vieux ; elle s'adresse de préférence à ceux
qui portent des paquets et ses yeux bleus semblent dire « vous qui venez de dépenser un louis pour faire la joie d'une de mes sœurs, ne me donnerez vous pas un pauvre petit sou pour mes étrennes ».
Comment ne pas écouter la prière muette de son sourire. Les pièces de cuivre tombent dru dans sa main. Elle ramasse sou à sou ses étrennes, ici et là, et elle éprouve ainsi jusqu'au soir les
plaisirs naïfs de ce jour qui semblait ne pas être levé pour elle. Le soir, les pauvres gens ont du feu et du pain. L'enfant, a compté ses nombreuses étrennes, et a pu un instant se croire avisée
de toute une ville. Oui, c'est nous, les heureux, qui sommes les parrains, les amis des petites mendiantes. Nous avons charge de leur faire pour un jour oublier leur misère, de leur donner notre
pitié et nos consolations. Croyez moi, l'année prochaine, emplissez votre poche de gros sous. Alles par la ville, et distribuez vos étrennes aux malheureux. Un seul jour vous est donné pour goûter
cette félicité de l'aumône faite cadeau. Vous reviendrez riche de bons regards, de bonnes paroles. Vous sentirez en vous toute la joie de ces enfants pâles que vous aurez fait sourire, et, au
retour, vous embrasserez plus étroitement les enfants heureux qui tendent les mains, eux-aussi, mais sans honte et pour des jouets de vingt-cinq francs. La vie est faite de joies et de douleurs, de
jours de soleil et de jours de pluie ? Le centenaire était un sage, et sa dernière pensée a été une pensée d'espérance. Il ne viendra plus ; par les temps sombres de mars, par les clairs soleils de
mai, s'assoir sur le banc du Luxembourg et me donner les fruits de sa vieille expérience. Hier, et c'est pourquoi je vous conte aujourd'hui cette histoire, j'ai lu dans les journaux ces quelques
lignes obligées : « On nous apprend qu'un centenaire vient de décéder à Paris. M. Bxxx est mort dans sa cent unième année, en pleine possession de ses facultés »
Manuscrit figurant dans la Pléiade, 1976, Contes et Nouvelles
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